lunes, 6 de noviembre de 2017

Enemigo moderno

La palabra “enemigo”, es una expresión que etimológicamente proviene de una voz latina denominada “inimicus”, que con consta de una negación “in” y la palabra “imicus” que significa amigo. En los tiempos de los romanos, cualquier pueblo que no fuera amigo, coincidente con sus tradiciones y sus costumbres, y no tuviese respeto por su emperador, era candidato a ser arrasado por el poderío del imperio de Roma.

Si bien, la palabra no establece una lectura de un agresor o rival en sí misma, si manifiesta una declaración de no tolerancia con la diferencia, con aquel que tiene una forma distinta de ver el mundo. El enemigo de nuestra sociedad actual es precisamente todo aquello que no soporta ver un punto diferente o contrario, donde, tanto una parte como la otra, tratan de convencer al otro de su óptica, con el fin de “doblegar” a su contraparte para hacer valer su posición.

Este ejercicio de contrarios encontrados, es con frecuencia útil y necesario para confrontar posibles reflexiones iniciales sobre propuestas planteadas; sin embargo, una cosa es tener una visión opuesta para ser enriquecida y otra muy distinta, “agredir” a la persona desestimando su postura o propuesta, generando una violencia innecesaria que busca nuevamente concretar un ejercicio de poder y dominio que está fuera de un ejercicio académico para construir y desarrollar posturas enriquecidas.

El enemigo moderno desestima al otro en su concepción más elemental: como otro diferente, lo que genera una tensión de posturas, no para enriquecer y superar el reto que esto supone, sino como una competencia que busca alcanzar un vencedor y un vencido. Donde una parte, como en tiempos de los romanos, arrasa con la persona, su dignidad y su identidad, dejando los restos para que el mundo vea su poderío, lo que es capaz de hacer y así ganar respeto y posición.

Cuando se enfrenta un enemigo de estas características, no solo deberás tomar acciones concretas  e inteligentes para poder permanecer y darle vida a la postura que se pretende presentar, sino preparar argumentos que se alimenten de la “ponzoña” que trae la parte que quiere dominar, dejando que ese mismo veneno se devuelva a su dueño. Lo importante, es dejar fluir la estrategia y asaltarla en su propio terreno, no con la misma intención del agresor, sino con la serenidad de los que no se atan al “poder” y al “dominio”.

El enemigo trae un afán de victoria y de logro, que si bien es su fortaleza inicial, con el tiempo se convierte en su propia debilidad, pues en algún punto de su reflexión dará pasos inexactos donde sus propios argumentos darán cuenta de su propio interés y no de lograr una vista que resuelve la tensión que se ha planteado. Los enemigos actuales, como en la antigua Roma, sufren de soberbia y orgullo desmedido, dos de las tentaciones humanas más comunes, las cuales desvían al hombre de su fin último y lo deforman en el ejercicio de su convivencia con los otros.

Dicen los maestros espirituales que “hay que cuidarse de aquellos enemigos que destruyen el alma y no el cuerpo”, pues ellos saben que si es posible comprometer la esencia de lo que no se ve, se advierte el camino para destruir aquello que vemos y palpamos.

Por tanto, mantén tu mirada sobre aquellos que intenten apoderarse de tu espiritualidad, de tus mociones del alma, de tu sensibilidad con el infinito, para que puedas pedir la asistencia permanente de lo sagrado y trascendente, de ese DIOS (cualquiera sea tu imagen que tenga de él) que siempre nutre de la fuerza y el poder para conquistar y derrotar la injusticia, la inequidad y la arrogancia aún en la situaciones más inesperadas y extremas.

El Editor  

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