domingo, 17 de septiembre de 2017

Universidad - Empresa

Existe una tensión permanente entre la universidad y la empresa. Mientras el argumento desde la universidad hacia la empresa, es la falta de un mayor relacionamiento y financiamiento de iniciativas para movilizar la investigación en problemas de interés para el país; la postura de la empresa hacia la universidad, es su concentración en aspectos novedosos de la ciencia y construcción de teorías, que muchas veces carecen de aplicación práctica.

Esta tensión, que si bien no es nueva, si la miramos en detalle podemos encontrar dos posiciones encontradas que trascienden los discursos arriba mencionados. Mientras la universidad se reconoce como la poseedora del conocimiento, los saberes y aquella que forma para el desarrollo de las dinámicas empresariales; la empresa se precia de ser la que hace realidad la teoría de los académicos, la que resuelve problemas reales y desarrolla apuestas prácticas que hacen que se movilicen los objetivos estratégicos propuestos por los cuerpos ejecutivos.

Mientras la universidad no se concibe así misma como una entidad que genera utilidades, sino que presta un servicio a la sociedad formando seres integrales para asumir los retos de un entorno cambiantes y ambiguo; la empresa si piensa en primer lugar en sus estrategias de negocio, que hacen realidad una promesa de valor para sus clientes, para luego conectar sus dinámicas y conocimiento al servicio de la sociedad y sus diferentes grupos de interés.

Así las cosas, encontramos dos vistas que al parecer no encuentran puntos convergentes, dada la necesidad de cada una de mantener su lugar en la dinámica social. La pregunta sería, ¿qué pasaría si reconocemos a la empresa como una lugar natural donde se desarrolla el aprendizaje, donde los académicos logran alinear sus objetivos pedagógicos con los retos y objetivos empresariales?

Lo anterior supone compartir y desafiar los saberes previos en las teorías educativas vigentes para encontrar un nuevo lugar común donde tanto empresa como universidad se puedan sorprender y construir una vista común, no sólo de convenios y apuestas de investigación, sino de relaciones de aprendizaje, con escenarios, simulaciones y prototipos, asistidos de la pedagogía del error, para encontrar nuevas apuestas de valor que están más allá de un descubrimiento científico y así habilitar una posibilidad para crear experiencias distintas en los clientes.

La relación universidad y empresa debería estar mediada por una función de educativa que superando una vista mecanicista de la enseñanza y el aprendizaje, es capaz de formular una apuesta convergente que conecta y desconecta al mismo tiempo los objetivos de negocio, con los objetivos pedagógicos, para crear un espacio de creación conjunta, donde el resultado no es otro, sino un avance concreto para la ciencia y una ventaja competitiva para la empresa.

Esta relación entre universidad y empresa deberá madurar de forma acelerada si queremos potenciar un desarrollo académico y social que responda a los retos de un entorno volátil, incierto, complejo y ambiguo, donde la inestabilidad es la constante y la creación de nuevas capacidades es el nuevo normal de las organizaciones protagonistas de la dinámica del siglo XXI.

El Editor

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