domingo, 23 de abril de 2017

Experimentar

Experimentar es una palabra que generalmente se encuentra reservada para los laboratorios y los hombres de ciencia. Sin embargo, es la palabra clave que cualquier persona debe tener en cuenta para explorar los linderos de aquello que conoce en un mundo que a diario nos sorprende y nos exige aprender, o mejor, desaprender rápidamente.

Experimentar exige, observar con detenimiento, documentar bien la situación y establecer un contexto adecuado para motivar una lectura distinta de la realidad. Un experimento es una apuesta para rasgar el velo de lo desconocido y revelar aspectos novedosos de la realidad o la resignificación de un concepto ya conocido, desde una perspectiva distinta o alterna.

Experimentar es la base de la acción cognoscitiva que busca confrontar aquello que hemos aprendido, para establecer nuevas prácticas o conceptos que cambian la forma de ver el mundo, de vernos a nosotros mismos y sobremanera, transformar las imágenes estáticas que tenemos en nuestra mente, para quebrar los lentes de nuestros propios supuestos.

Experimentar implica probar, dudar de lo que conocemos y permitirnos explorar caminos alternos que lleven a reflexiones distintas, que motiven acciones novedosas; pensamientos laterales que descubran oportunidades de estrategias impensadas, que encaucen propuestas extrañas o diferentes frente a los referentes conceptuales que se tienen a la fecha.

Quien experimenta corre el riesgo de equivocarse, de encontrarse con situaciones desconocidas, con aspectos extraños o inestables de la realidad, es decir, con una ventana de oportunidad para escribir, con letras torcidas sobre márgenes derechos, una nueva historia de vida que no se vuelve a repetir, un abordaje de nuevos problemas con enfoques probados, o aún en revisión.

Quien no se permite salirse del margen, se está perdiendo de situaciones inéditas que ocurren más allá de la frontera que conocemos, de riesgos ocultos y de conquistas inesperadas, que sólo se hacen realidad a través de la experimentación, de la inquietud permanente de aquellos que no encuentran su lugar en la zona cómoda.

Los que experimentan con frecuencia deben contrastar siempre los aportes de los modelos probados, con aquellos que aún son experimentales. Si bien, los primeros son una guía para establecer una vista formal de la problemática estudiada, los segundos son recursos donde se puede explotar la riqueza de la incertidumbre, no como amenaza, sino como aliada que nos prepara para atender la sorpresa, lo inesperado.

Quien experimenta sabe que el denominado éxito, esa condición escurridiza, amoral e imprevisible, no es lo fundamental en la conquista de uno mismo, sino disfrutar del viaje que implica mover fronteras, encontrar nuevos parajes y colonizar nuevos territorios antes desconocidos.

Experimentar, en definitiva, mantiene en movimiento el intelecto, la creatividad y la ciencia, como un cirio encendido que, en manos de un explorador y aventurero con intenciones legítimas, es una oportunidad para descubrir caminos y sendas que nos llevan por parajes desconocidos y en algunas ocasiones, nos permiten “dar saltos de fe”: esos que nos habilitan para transformar vidas ordinarias, en personas extraordinarias.


El Edito

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