sábado, 29 de octubre de 2016

Cambiar: Dos preguntas claves

Cambiar por cambiar es un absurdo. “Cambiar, como cambian los paisajes cuando cambia la luz o las estaciones del año” (Soler y Conangla, 2014, p.121), es el ejercicio de reconocimiento del óleo interior que nos permite observar los matices inexplorados de nosotros mismos. Esos linderos desconocidos que con luces de diferentes colores se logran develar desde las profundidades del ser humano.

En este movimiento dos preguntas son claves para mantenernos en ruta y renovarnos: 

¿hasta qué punto podemos hacer cambios en nuestra vida sin dejar nuestra esencia en el camino?

y

¿hasta qué punto nuestra resistencia a hacer cambios puede acabar dañando la identidad que queríamos preservar? (ídem)

Para trata de dar respuesta a estos dos interrogantes, es necesario comprender y descubrir nuestra esencia, eso que nos hace distintos y únicos, la rúbrica divina que ha impreso el Creador en nuestra vida. Esa vocación que siempre está presente en todo lo que hacemos y deseamos, esa motivación e inclinación permanente para estar haciendo aquello que nos gusta y que disfrutamos; ese instante donde las horas no pasan y nuestros ser está conectado con el infinito y éste con nosotros.

En este contexto, se construye igualmente la identidad, esa lectura personal y emergente del ser humano que lo identifica y le da un puesto en el mundo. Nuestra identidad, es la revelación permanente del ejercicio de nuestra esencia, las características que se proyectan hacia el exterior de una realidad que vibra y se moviliza en el interior. La identidad es la respuesta a las exigencias del mundo, cuando te interroga sobre qué te hace una persona distinta, en una sociedad que quiere personas “estandarizadas”.

La esencia y la identidad, son los elementos que deben marcar las reflexiones sobre los cambios, sobre las transformaciones que se hacen en tu entorno. Si es en el contexto organizacional, debes advertir aquellos movimientos que atenten contra estos elementos, para comprenderlos en su intencionalidad, pero no compartirlos en su implementación. Todo aquello que quiera socavar o doblegar tu identidad o comprometer tu esencia, son signos de afrentas contra tus propios sueños, una campaña que quiere someterte a la inercia de lo que “todos dicen” y “que es lo mejor para ti”.

Si es en el contexto social, la vigilancia debe ser permanente, pues existen siempre corrientes sutiles que, como una fuga de gas propano en un recinto cerrado, te van envenenando a plazos, sin advertencias específicas y doblegando tus propias ideas y corrompiendo el fundamento de la esencia de los retos individuales que implica “ver de forma diferente” y tener la valentía, no de pensar “por fuera de la caja”, sino atreverse a construir una nueva.

Mantener la esencia de lo que somos y la identidad de aquello que hacemos, es un reto en una sociedad, que como la actual, quiere personas cómodas, que hacen lo requerido para mantener un sistema, que dan gusto a las doctrinas más aceptadas por todos y que construyen sus ideales sobre la inercia y extraña tranquilidad que se percibe al ser parte de una caja definida y confinada por intereses particulares, muchas veces desconocidos.

Cuando adviertas los cambios en tu vida, conecta tu esencia e identidad, con la renovación necesaria para asumirlos, dejando que fluyan como el agua, “que penetra el suelo, limpiándolo de la suciedad, regando plantas y dando vida a todos los seres que la habitan sin dejar de ser ella” (ídem).

El Editor.

Referencia

Soler, J. y Conangla, M. (2014) Las veinte perlas de la sabiduría. Hacernos sabios antes de envejecer. Barcelona, España: Lectio Ediciones

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