sábado, 11 de julio de 2015

Encuentro

Si a las personas que enseñan a otros, se les llama docentes, maestros o profesores; a las personas que sanan a otros, se les dice doctores; las personas que orientan a otras y le ayudan a desarrollar su potencial, se les dice “coaches” y a las que acompañan a otros, se les llama, “edecanes”, la pregunta es ¿cómo denominamos a aquellas personas que olvidan a los otros?

La vida es una muestra de interacción diaria, es un ejercicio permanente de estar en movimiento con otros, por otros y para otros. No es posible entender que la vida se pierda en la inercia de los días, sin tener movimiento o expresión cierta del contacto con otro ser humano. Sólo los ermitaños, que han decidido vivir una vida apartada del mundo, sus ruidos y destellos mentirosos, han podido entrar una vivencia profunda de su realidad, aún en ausencia de la expresión de otros.

En este sentido, vivir significa movilizarme dentro y fuera de mí, no solo para alcanzar mis metas, sino para construir con otros. Una motivación permanente para cruzar el umbral de seguridad del otro, y lanzarme a su encuentro, donde no hay otra alternativa que experimentar las vivencias del prójimo. Cada una de las 24 horas de día, son una oportunidad para descubrir las experiencias de la vida y darnos cuentas que nuestra historia es parte fundamental de las narraciones de otros.

Cuándo hubiésemos pensado encontrarnos con alguien que con su sonrisa, su mirada, su aroma, sus palabras, su apariencia, lograra cautivar nuestras vidas, lograra canalizar nuestra energía, convencernos de una aventura, motivarnos para emprender un camino. No sabemos quién saldrá a nuestro encuentro, qué signo distintivo moverá dentro de nosotros, pero lo que si debemos tener claro es que luego de cada momento de interacción personal, algo quedará en nosotros, un recuerdo, una emoción, una imagen, un olor, una lección aprendida que permanecerá en nosotros hasta que haya cumplido su misión.

Cuando olvidamos, el cerebro se programa para disponer de los pensamientos y todo lo que ellos tienen a su alrededor, para darle espacio a nuevas experiencias, que nos permitan seguir creciendo y experimentando momentos de verdad, momentos donde debemos enfrentar la realidad y hacer que las cosas pasen. Olvidar es un ejercicio que resulta sano, con aquellas cosas que no producen buenos sentimientos, pero una enfermedad cuando se trata de ignorar a los demás.

“Los olvidadores” podría ser el nombre de aquellos que se olvidan de los demás, de aquellos que sacan de su ecuación de vida la presencia del otro, de aquellos que prefieren su propio contexto y excluir las realidades de los otros. Este olvido resulta contradictorio y peligroso, como quiera que cada uno de ellos estará expuesto, en algún momento, a experimentar ser víctimas de otros olvidadores. Nada más pedregoso y sinuoso que el olvido de sí mismo, condición que compromete no solo las aspiraciones humanas, sino que contradice los mandatos divinos.

Así las cosas, la vida es un llamado a compartir, a comprender, a manifestar y movilizar experiencias plenas donde fluya la vocación inherente de cada ser humano, ese oasis que recrea la mano poderosa de un DIOS que nunca olvida y siempre sale al encuentro del hombre.

El Editor

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